La dama del escote

Treinta años atrás caminaba por delante del colegio, sobre unos tacones que sonaban como espuelas de caballos. Algunos compañeros comentaban en voz baja lo que muchos pensábamos secretamente. Entonces mirábamos disimuladamente aquel escote que sobresalía de sus vestidos floreados y dejábamos de mirar cuando sentíamos la mirada felina, entre retadora y pícara, de aquella señora que tenía más edad que nuestras madres. Siempre sola, siempre impecable, siempre con prisa. ¿Estaba casada? ¿A dónde se dirigía cada mañana con tanta urgencia por delante del colegio, justo en nuestra hora del recreo? ¿Trabajaba? ¿Cómo se llamaba? ¿Era italiana, como algunos aseguraban?

Con el tiempo pasó a formar parte de la nebulosa del pasado, donde van a parar de forma cruel la mayoría de personas que pasan por nuestra vida. Mitad olvidadas, mitad presentes. Hasta que un día, algunas se resisten a que las olvides por completo y aparecen ante ti, con la fuerza de una lluvia de verano. Y la vi, y por un momento ella volvió a ser aquella preciosa mujer fatal que flirteaba con menores, y yo tenía otra vez 15 años, y todo era como entonces. Aún no había desperdiciado mis días en un país extraño donde nadie me quería y volvía a ser yo el que reía sin pudor y no otros, tan salvaje como la mujer del escote, tan auténtico como nunca lo fui después.

 

 

 

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